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A las 6 y pico

Goreño

TU CINTURA

TU CINTURA TU CINTURA

Galopando a lomos de tu cintura,
cual góndola al viento yo la manejo;
tus ojos son faros, mi catalejo,
tus besos, brebaje de mi locura,

tu risa, la lira de mi ilusión,
tu pelo, las alas de mi montura,
tus manos, veneno de mi cordura,
tus pechos, la miel de mi tentación.

Vivir yo no puedo sin tu cintura:
la oigo, la siento, me empuja, me lleva,
siguiendo la orden del corazón.

Me muestra las rutas de mi aventura,
me quita, me da, me baja, me eleva,
rompiendo las leyes de la razón.
Cayetano Bretones - Goreño

MISERIAS DEL SER HUMANO

MISERIAS DEL SER HUMANO MISERIAS DEL SER HUMANO

Un hombre subido en el entramado de hierro del andén de la estación de ferrocarril está a punto de arrojarse a la vía.
Se lamenta de no tener trabajo y el desahucio de su vivienda por impago de la hipoteca le pone de patitas en la calle.
Tampoco tiene recursos económicos para subsistir.
La gente que espera la salida del tren se arremolina entre exclamaciones de asombro y piden a voces la presencia de la policía.
El tiempo pasa y los nervios se adueñan de la víctima, lo que crea una situación angustiosa.
De un momento a otro se espera el desenlace fatal.
Por fin llegan los bomberos y después de poner una red lo rescatan sano y salvo.
Un murmullo general reina en el ambiente, y un gesto de alegría ilumina los rostros de todos, salvo el de un gigante barrigudo que, casi enfurecido, se atreve a decir:
-“Valiente cobarde, después de esperar una hora resulta que no de tira”.
Goreño

Mi amor está en la mar

Mi amor está en la mar MI AMOR ESTÁ EN LA MAR

Quisiera coger las olas
cargadas de caracolas
y en la playa descargar,
y que las ninfas dormidas
de seda y oro vestidas
yo pudiera despertar.

Cuando estuvieran despiertas,
de vigilante en las puertas
al regresar a la mar,
haría de centinela
hasta encontrar la manera
de mi amor poder hallar.

No es de la tierra mi amor,
descubro con gran temor,
porque el corazón sentencia
que si lo fuera tendría
menos fuerza y fantasía
presumiendo su presencia.

Pero yo sigo buscando
y por la mar navegando
empujado por el viento,
sin saber si encontraré
la ninfa que a mí me dé
el amor que yo presiento.

Siguen pasando las horas
y yo mirando las olas
me atormento, hasta pensar,
si es que ya me he vuelto loco
o la mujer que yo invoco
busca refugio en la mar.
Goreño

EL ARTE EN LAS NUBES

EL ARTE EN LAS NUBES EL ARTE EN LAS NUBES

Me asombra ver en el cielo
con fondo de terciopelo
un mosaico de pinturas,
y cubiertas con un velo
aparecen mil figuras.

Hoy puedo ver en los cirros
las fauces de un gran león,
y asomado en un balcón,
con entorchados de oro,
al mismo Napoleón.

Como vellones de fuego
encendidos por el sol,
se trasladan en un juego
sin reposo ni sosiego
movidos por el calor.

De la nada surge un templo
y otra torre se derrumba,
surge un muerto de la tumba,
y montado en un podenco
un esqueleto se oculta.

Más figuras aparecen
que por cambiarse compiten,
pero nunca se repiten,
ni tampoco reaparecen
porque el viento las derrite.

En un momento, sin norma,
con el ocaso y el viento,
las líneas que dan la forma,
hasta un santo se transforma
en murciélago sediento.

Y cuando el sol ya se apaga
las figuras se oscurecen,
se alejan o se deshacen,
porque la clase se acaba
y el pintor, desaparece.

Cayetano Bretones

EL VALOR DE LA TERTULIA

EL VALOR DE LA TERTULIA

Hoy menaza tormenta. ¡Qué digo! Está tronando. Y las tormentas en Valencia, como sus tracas, son una prolongación de rugidos y luces como un volcán en erupción. Es uno de esos días lúgubres y tristes que anuncian tragedia, cuando el día se torna en noche y un nudo en la garganta te pone en estado de alerta esperando un trágico final; cuando la naturaleza, en fin, impone su voluntad y hace recordar al hombre que sus truculentas maniobras y guerras no la coartan para demostrar su fuerza.

Esta tarde no hay paseo ni tertulia con los amigos, me quedo en casa disfrutando, en este caso, de una soledad deseada. No siento deseos de escribir ni tampoco leer: quiero ver la tele. Los programas de sobremesa de TV ya se ponen en marcha y me acomodo saboreando una taza de café, con la esperanza de pasar una tarde agradable. Conecto el canal X, y a los pocos minutos un avance informativo da cuenta de la tragedia producida por un atentado, en el que muestran unas imágenes estremecedoras que mueven el ánimo a salir a la calle gritando. Entre los muertos y heridos se encuentran varios niños desfigurados por efecto de la explosión, y los cuerpos sin vida yacen en el suelo en un charco de sangre como perros que caen fulminados por la metralla. Mi proyecto de felicidad se ve truncado y siento que las nauseas me revuelven el estómago, mientras resuenan en mi cabeza los lamentos de los infelices. Sin pensarlo dos veces me paso al canal B. Aquí me espera un reportaje de la Guerra Civil, en el que se puede ver la gente correr con su hatillo al hombro por las calles de Madrid ahuyentados por los aviones buscando un refugio donde poder esconderse. No tengo buenos recuerdos de estos acontecimientos y siento como una bofetada en pleno rostro que me obliga a cambiar nuevamente de canal. Hago zappin y me paso al C. Una pléyade de sátrapas o personajillos que circulan por las tertulias del mal llamado mundo rosa, sin peso y sin arraigo, y no pocas veces sus respectivos y ociosos retoños, se enzarzan en un debate de insultos y acusaciones tratando de hacerse ver, aunque su honor y su privacidad, la cual intentan proteger, se vea por los suelos. Me siento incómodo y me veo observado por los que están enfrente que me señalan como cómplice de ellos. No obstante, por unos momentos desciendo a esa zona oscura de nuestro cerebro que se llama subconsciente y que nos suele traicionar tan pronto le das la espalda. Pero no, hay una fuerza interior que se resiste y me aconseja desconectar si no quiero enfermar. Enseguida cambio y paso al siguiente, donde todo es un calco del canal anterior, con la diferencia que aquí hay otros figurantes que trapichean igualmente con su dignidad, como en un mercadillo, o la venden al mejor postor. A partir de ahí, tampoco habrá reparos morales para airear trapos sucios y secretos de alcoba, y donde algunos jumentos de la palabra hacen alarde de sus miserias verbales al estilo de “Gran Hermano”. Pero tenaz en la idea de consumar mi deseo, sigo cambiando de canal, y mi asombro no es menor cuando veo en número de cuatro espacios televisivos destinados al engaño y la picaresca más refinada, dirigidos por falsos redentores que se valen de la ignorancia para hacer prevalecer sus criterios, o se atreven a dar consejos que llevan muchas veces a la confusión y la ruina moral a todo el que busca desesperadamente solución a su desgracia. Me detengo en uno de ellos y observo las reacciones de la falsa pitonisa a la hora de contestar una llamada de teléfono, en la que una señora, que parece ser joven, le pide su favor y su vaticinio respecto de su relación amorosa y también de su situación económica.
-¿Tú estás casada, verdad? –pregunta la adivinadora.
-No, no estoy casada –contesta la señora.
-Te veo trabajando y bien remunerada. ¿Es así?
-No, yo no trabajo, estudio.
-En tu vida veo un tal Ramón, que puede ser cuñado tuyo,“como si tratara de conquistarte”.
-¿Ramón? ¡No conozco ningún Ramón! Además, soy soltera e hija única.
-Sí que lo hay, y verás muy pronto que formará parte de tu vida.
¡No lo puedo creer!
¡Bah, qué asco! Sí, eso es justamente lo que digo cada vez que me pongo frente a la pantalla del televisor.
Cojo el paraguas y me dispongo a buscar a los amigos.
¡Hola chicos! Aquí estoy dispuesto a pasar una tarde feliz. Y como me siento generoso, os invito a una cerveza.
¡Vicent, por favor, trae unas cañas!
¡Esto es vida!
Cayetano Bretones

AMORES QUE MATAN

AMORES QUE MATAN

Salir no puedo de este laberinto
que me condena a la nada, al vacío,
y aun sabiendo que al infierno me desvío
sigo tus huellas, con ansia, con aliento,

esperando no morir sin antes verte
y abrasarme con el fuego de tu boca,
endulzada con la miel que me disloca,
aunque me sepa a veneno de serpiente.

Como pavesas que el viento desperdiga
de las cenizas del fuego que me abrasa,
mi corazón sube al infinito cielo,

sin que nadie lo detenga o lo persiga,
cual pájaro que sangrando se desplaza
hasta caer fulminado de su vuelo.
Cayetano Bretones

AMOR IMPOSIBLE

AMOR IMPOSIBLE AMOR IMPOSIBLE


No descargues amarguras y dolores
en el pozo ciego de tu incomprensión,
y no pongas en mi alma tantos temores,
haciendo ver que nuestro amor no existió.

Yo, en cambio, te querré, te quise, te quiero.
Y no hay fuerza superior que modifique
o cambie el rumbo de mi frágil velero
si en tu mar no navego, aunque vaya a pique.

Por el camino descalzo yo te sigo
y sangrando mis plantas, hasta encontrarte,
sin ti yo no duermo, ni como, ni vivo,
si no es que me muero cuando pueda verte.

No dejes de mirarme si en el camino
cruzamos; porque mi amor es fiel, eterno,
y también mi cruz, mi paz, mi cruel destino,
y la vida sin ti es cárcel, es infierno.

Espera que me muera para buscar
otro amor; porque si vivo, yo me muero,
si a otro hombre yo te viera amar y besar,
porque eres mi mar, mi norte, mi velero.

Cayetano Bretones

COMPAÑEROS DE VIAJE

COMPAÑEROS DE VIAJE COMPAÑEROS DE VIAJE

Siempre que viajo en cualquier medio de transporte público me persigue una obsesión, yo diría enfermiza obsesión, por saber o adivinar la profesión de mis compañeros de viaje. Me ha ocurrido muchas veces y no ceso en mi empeño hasta encontrar respuesta a mis dudas; aunque, en honor a la verdad, casi nadie es lo que aparenta, si no es que se nos coge con las manos en la masa.

No lo puedo evitar, tan pronto me siento frente a alguien con el que debo compartir varias horas de viaje, mis ojos se convierten en microscopios y mis oídos en intuitivos espías, tratando de encontrar el cabo que me lleve al ovillo. Provoco conversaciones y comentarios que me faciliten la investigación, sin otro ánimo que dar reposo a mi mente.
Durante un viaje en tren de Valencia a Madrid, destino Gijón, coincidió que tres pasajeros (dos señores y una señora) llevaban el mismo destino, por lo que hubo tiempo de conocer varios aspectos de nuestras respectivas vidas, pero en lo que a la profesión se refiere, no encontraba satisfacción a mis deseos.

Como siempre, comencé la pesquisa tratando de encontrar algún indicio en los gestos, en los movimientos y en sus modos de hablar.
Mientras miraba al señor más próximo, me decía a sí mismo: de ninguna manera responden sus modales a lo que estoy pensando, porque yo persistía en la idea de que era un alto funcionario de la banca. Pero no, un funcionario de banca es más prolífico en sus expresiones, es más carismático y envolvente, como si nos quisiera embaucar en algún proyecto y una vez conseguida su rentabilidad nos vuelve la espalda. Vale, tampoco es eso: también hay banqueros honestos –me reprocha a sí mismo. Por su forma de hablar también encontré algún atropello a la gramática en lo que se refiere a giros verbales y modismos mal empleados. Lucía valiosa sortija en el dedo anular izquierdo y reloj de oro, manos y uñas bien cuidadas y sin el menor vestigio de callosidades por efecto del trabajo, es decir, terminé por convencerme que era un enchufado camino de convertirse en un proyecto de nuevo rico y defensor de la globalización, pero a lo basto.

El otro acompañero era un hombre de tez pálida, de mediana edad, educado y poco dado a la conversación banal y frívola. Sus intervenciones eran más bien para puntualizar y matizar conceptos que para exponer un tema y someterlo a la opinión de los demás. Siempre se expresaba en un lenguaje académico y culto que ponía de manifiesto que era un licenciado, ¡vaya usted a saber en qué rama del saber! Su mirada, a través de sus lentes, era profunda, y sus gestos congelados no se inmutaban ante la sorpresa o el prolongado silencio. No había más que ver sus manos, de dedos largos y afilados, para pensar que estaba ante un pianista o un cirujano. Sí, esos dedos son los que sacan el hígado o el corazón a los enfermos y los manejan como manejan los matarifes las entrañas de un cerdo. Seguro que no se inmutaría si me viera con las tripas fuera y luego las metería a puñetazos. ¡Qué atrevimiento! Me estremecía sólo al pensarlo.

La señora gozaba del don la palabra fluida, atropellada y directa, enlazando un tema con otro, sin demora ni reposo, pero siempre con conocimiento de causa y haciendo de fiscal en sus juicios y críticas no siempre justificados. Me pareció ver en ella todos los rasgos que caracterizan a la tendera de barrio, en la que todas las noticias de la calle llegan a sus archivos para luego divulgarlos para gozo y deleite de sus clientes. Cierto, no estaba equivocado, porque sólo había transcurrido media hora de conversación cuando ya había desempolvado la historia de su vida, desde sus antepasados, hasta nuestros días. ¡Vaya, por fin acierto una vez! -susurré satisfecho.

Sucede que cuando ya me daba por vencido y era incapaz de desvelar el secreto tan celosamente guardo por los otros dos compañeros de viaje, una señorita que viajaba dos asientos más atrás, con aspecto débil y enfermizo, sufre una lipotimia y alguien se levanta demandando la presencia de un médico. Mi compañero, de los dedos largos y finos, como impulsado por un resorte, se levanta y confiesa: “Sí, yo soy médico”. Sus palabras llegaron a mis oídos como llega la más dulce melodía, y nuevos aires de triunfo me envanecieron por un momento hasta sentirme capaz de descubrir todos los secretos de la naturaleza. No es para tanto, imbécil, es más casualidad que intuición, además, todavía te falta uno por adivinar. Sí, es cierto, no sé a qué viene desollar el zorro antes de cazarlo –mascullé para mis adentros. No obstante, mi estrategia investigadora seguía su curso, y el supuesto banquero no estaba por la labor de colaborar para redondear el mayor triunfo moral de mi vida.

Pero el tren seguía como una serpiente arrastrando su trasero por maravillosos paisajes, hasta que en este estado de cosas llegamos a Gijón, cuando ya anochecía. Y cuál no fue mi sorpresa cuando, al bajar del tren, a la vez que me ofreció su mano para despedirme, con la otra me entrega una tarjeta a la vez que me decía: “Si tienes algún dinero que guardar, éste es tu banco”. Guau.
Cayetano Bretones

FORMAS DE VER

FORMAS DE VER


Hay mil formas de observar
la misma puesta de sol:
los ojos ven el color,
el corazón la belleza,
y si feliz la grandeza
o si triste, un nubarrón.

Varios criterios persisten
al contemplar la belleza,
porque el amor es flaqueza
y la pasión lo reviste
de algo que, hasta ni existe,
o de una falsa grandeza.

Hay varias formas de ver
el derecho y el deber:
hay quien sólo ve el derecho
porque lo juzga al revés,
o el derecho no es tal hecho
si el que lo juzga no es juez.

Hay diferencias notables
entre ser rico o mendigo.
Pero hay ricos miserables
y mendigos honorables,
porque el talento, yo digo,
del dinero no es amigo.

Celos, desengaño, amor,
tres causas para el dolor.
El amor, porque se ama,
los celos, porque se duda,
desengaño, porque abrasa,
y los tres juntos, rencor.
Cayetano Bretones

COMO YO QUISIERA SER

COMO YO QUISIERA SER

Si armonizar pudiera mis virtudes
para ser como yo quisiera ser,
aunque fuera con mil vicisitudes,

sin ánimo de gloria poseer,
seguro que sería lo que no soy
y alejaría de mí, lo que ya es.

Mas, como todo sale del tintero,
la pluma se emborracha y se desliza
y me transformo al fin en lo que quiero.

Así, ¿qué ver del niño que no sea
su ingenuidad y cándida inocencia
que osado y atrevido se recrea

llevado por la duda y la impaciencia?
De la mujer, su facultad de madre,
del anciano, templanza y experiencia,

del joven, su arrogancia y su donaire,
del preso, su resignada paciencia,
del ladrón, su temeraria osadía,

del rico, su avaricia y su indolencia,
del pobre, su astucia para vivir,
del héroe, su arrojo y su valentía,

del cobarde, exacerbada prudencia,
del santo, su ejemplar comportamiento,
del tirano, su frialdad e imprudencia.

Sin más, de toda condición humana,
por aberrante y perversa que sea,
una luz se filtra por su ventana,

que sin ser muy brillante o no se vea,
siempre dejará una huella visible
que el ajeno valora o se recrea.

Y cuando me veo listo para andar
y señalo en la vida mi sendero,
es mucho a lo que debo renunciar,

a pesar de haberme hecho como quiero:
vana ilusión y desquiciado empeño
aunque el proyecto salga del tintero.
Cayetano Bretones

EL ENCUENTRO 2ª parte

EL ENCUENTRO 2ª parte

Es indudable que la desgracia se había pegado a él como una lapa y se cebaba de su sangre cada día y cada minuto de su vida, como lo demuestra el hecho que tampoco en esta ocasión encontró la paz y un mínimo de felicidad; pues apenas había pasado un año, la dolencia de su pierna izquierda se fue agravando progresivamente, hasta que debido a un proceso infeccioso, como consecuencia de su deficiente riego sanguíneo, derivó finalmente en un foco gangrenoso que precipitó la amputación de la pierna izquierda por encima de la rodilla, con posible riesgo de contagio en la pierna derecha, como así fue, porque en el corto espacio de dos años ya se movía en una silla de ruedas con las dos piernas amputadas. Aquella situación me colocó en una difícil encrucijada: por un lado me encontré con una responsabilidad que asumí gustoso por el lazo de amistad que nos unía, pero a la vez dudaba de poder cumplir si me flaquearan las fuerzas o no encontraba apoyo en alguien que se interesara también por su situación. Como suele ocurrir en estos casos, inclusive entre parientes cercanos y también entre hermanos, el rechazo a los problemas u otros intereses terminan primando muchas veces sobre los sentimientos y yo, en este sentido, todavía no había tenido necesidad de ponerme a prueba. Por otro lado, era una obligación que podía eludir si así lo prefería sin un mínimo de responsabilidad, pero no así de remordimiento: abandonarle era tanto como dejarle morir encerrado bajo llave, y eso es algo que mi conciencia jamás me lo hubiera permitido. Por esta razón, durante el proceso de su larga enfermedad, bien en el hospital, bien posteriormente durante largos paseos, nuestra relación de amistad siguió su curso con absoluta normalidad, aunque teñida ya con tintes de mayor tristeza y desaliento. Y cuando yo empezaba a pensar que lo sabía casi todo de su pasado, un día, al despedirnos, me dijo en tono misterioso:

-Mañana no faltes a la cita que tengo algo para ti.

No puedo negar que quedé un tanto intrigado, pero, sospechando que se trataba de una de sus acostumbradas bromas, pues aún había lugar en su corazón para chanzas y pitorreos, no tardé en olvidarme de su ofrecimiento.
Efectivamente, coincidiendo con el fin de semana, cuando a otro día acudí puntualmente a la cita me recibió más triste de lo habitual, y con un lacónico discurso, con los ojos enrojecidos a punto de llorar, me hizo entrega de una carpeta a la vez que me decía:

-Como sé que voy a morir pronto, ahí tienes mi auténtico pasado, ábrela y contempla lo que hay en ella; espero lo leas, lo ordenes y quiera Dios que algún día pueda ver la luz. Confío en ti.

Llevado de ese innato deseo de todo ser humano de meter las narices en lo desconocido, mentiría si digo que no me sentí tentado en aquel mismo momento a marcharme para ver el contenido de la carpeta. No en vano pasé toda la tarde inquieto y obsesivamente pensativo intentando averiguar qué sorpresa me esperaba cuando llegara a mi casa.

La verdad es que me fue fácil ordenar aquel trabajo meticulosamente manuscrito con letra redondilla alineado en rectilíneos renglones en unos doscientos folios, impolutamente cuidados o con escasas tachaduras o cualquier otra rectificación que denotara descuido de su ejecutor.
Aquella noche y parte del día siguiente lo pasé leyendo ávidamente, y cada folio me llevaba a un mundo totalmente insólito para mí y nunca, hasta esta ocasión, se me había ocurrido pensar que un hombre podía abrigar en su corazón tanta decepción y amargura. Esperando estoicamente los reveses de la vida, su resignación le enseñó a no precipitarse y ser fuerte, hasta familiarizarse con ellos y terminar dedicando buena parte de su tiempo a luchar contra su peor enemigo: el fracaso. También de forma honesta y fidedigna, en aquellos folios se comprometía moralmente a dejar constancia de la verdad, como si hubieran sido los únicos testigos garantes de su correcto proceder.

Como a primera vista me pareció un trabajo de gran interés, respetando siempre el espíritu del original, dentro de mis posibilidades y salvo algún matiz añadido o rectificación, puse manos a la obra y empecé a tirar del hilo, desgranando cuidadosamente cada filamento hasta llegar casi al final. Y digo casi, porque se precipitaron los acontecimientos, como ahora veremos, y no lo pude terminar.
Pocos meses habían pasado soportando a diario el martirio de su incapacidad motriz cuando, como una prolongación fatídica de aquella maldita enfermedad, como él había pronosticado, le segó también la vida, siendo aún relativamente joven.

Desgraciadamente, mi amigo murió antes de ver terminado su proyecto, mi proyecto, pero, aun habiendo fracasado en mi intento, me siento satisfecho de haber contribuido a su realización y, sobre todo, porque en ningún momento quebranté el compromiso de mi palabra como corresponde a una buena amistad.
Por supuesto que el libro pasó lícitamente a poder de su familia, yo diría indigna familia; porque teniendo conocimiento de su dolorosa y larga enfermedad, en ningún momento se interesaron por su estado, y sí hicieron acto de presencia pocas fechas después de su fallecimiento para recuperar el libro, pues ya sabían de su existencia; aunque estoy seguro que su destino sería la hoguera pocas horas después. No en balde, el libro revelaba las infidelidades de su mujer en un intento por dejar su honor fuera de toda sospecha respecto de su conducta de hombre resentido y humillado.
Cayetano Bretones

EL ENCUENTRO Iº parte

EL ENCUENTRO Iª PARTE

Era una tarde gris y lluviosa del mes de octubre, cuando las tormentas suelen desatar su violencia con atronadores estampidos y la lluvia, impulsada por la gota fría, cae a cántaros cuando menos lo esperas en esta tierra generosa de Valencia.

Los transeúntes corrían precipitadamente ahuyentados por el fuerte vendaval para guarecerse en portales, tiendas y cornisas. Yo vine a resguardarme de la lluvia bajo la marquesina de una tienda de comestibles, justo enfrente de una parada de autobús.

La tarde se hacía cada vez más oscura, la lluvia arreciaba y los coches que circulaban lo hacían a baja velocidad y con las luces encendidas, formando sobre cada una de sus ruedas en forma de abanico una cortina de agua. Era uno de esos momentos patéticos que la naturaleza anuncia tragedia, o que podemos ser testigos de algo extraordinario; porque las tormentas en Valencia, cuando se producen, suelen ser como sus tracas, una prolongación de rugidos y luces como un volcán en erupción.

Los autobuses se acercaban a la parada con suma lentitud y, a través de los cristales, empañados por un sutil velo de vapor, se veían casi vacíos. En uno de ellos, cuando se paró frente a mí, vi descender a un hombre embutido en una gabardina que se apoyaba en un bastón y con gorra azul de corte marinero. La lentitud de sus movimientos y la dificultad con que bajaba el alto escalón movió mi ánimo a ayudarle a descender. Por su aspecto pude adivinar que bajo aquélla gorra se ocultaba una cabeza atormentada, sin que por ello llamara a compasión, pues iba decorosamente vestido y con cierto aire honorable que lo dignificaba.

La lluvia se hacía por momentos más densa y las calles, prácticamente intransitables, empezaban a convertirse en auténticos ríos amenazando inundar la acera donde nos encontrábamos. Pero su parquedad en palabras y mi innato reparo a conectar con quien no conozco, hicieron posible que durante unos minutos apenas se cruzaran las palabras precisas para comentar la gravedad del momento y las desastrosas consecuencias que producen estos fenómenos atmosféricos por estas latitudes. Finalmente, debido a la duración y violencia de la tormenta, terminó por romperse nuestra cortedad, lo que permitió que se iniciara el diálogo abierto, y con él se desvelara el secreto. Es evidente que de no haber sido a través de la palabra, pese a que sólo habían transcurrido seis años, los estragos que en su persona habían causado la enfermedad, seguro que esta vez no le hubiera reconocido. Por otro lado, el hecho de que yo llevara un gorro amoldable de plástico para protegerme de la lluvia, no favoreció nada las cosas, lo que motivó que ambos dudáramos de nuestra verdadera identidad; aunque durante el desarrollo de la conversación nos fuimos rescatando del pasado hasta que terminamos viéndonos más o menos como éramos.

Cuando amainó la tormenta y por fin pudimos caminar, una vez sentados tranquilamente mientras tomábamos café en un bar cercano, con lágrimas en los ojos fue desgranando pausadamente, como él acostumbraba, los pormenores de su nueva odisea, que no fueron otros que los problemas surgidos entre familia los que le obligaron a abandonar Barcelona.
Las palabras de aquel hombre, profesor de instituto jubilado por invalidez permanente, siempre calaban hondo en mi corazón: no había más que escucharle atentamente para extraer de cuanto decía una gran lección de ética y valores enraizados en sus limpias convicciones.

-Es increíble, mi buen amigo -enfatizaba visiblemente emocionado- que después de tantos años nos volvamos a encontrar cuando parecía un recóndito secreto que Dios o quien sea no estaba dispuesto a desvelar.

¡Cuánto cambia todo a medida que se va engrosando la historia de nuestra vida!, le respondí un tanto indeciso. La vida es un bien que recibimos gratuitamente, pero hemos de acuñar el recibí con achaques, canas y arrugas. De no ser así, de no ser por ese estricto control a que todos estamos sometidos, no faltarían bribones que, igualmente que viven del engaño y la mentira, también intentarían engañar a la naturaleza para pasar de incógnitos y librarse así de su rigor.

-Así es de sencillo –me contestó sonriendo
Cayetano Bretones

DUERME (minificción)

DUERME (minificción) Lloras atrapado en las redes de la noche.

El silencio te asusta, la oscuridad te duele y mis caricias no te alivian.

Duerme, mi niño; mejor duerme. Inventa un sueño y escóndete en él, porque ¿sabes?, han secuestrado al alba.